Cuentos para escapar del encierro: Bailando con mi sombra

Ya todo pasó. Hoy podremos salir de nuevo a las calles. Ayer fue el último día de cuarentena. Son las 6 de la mañana, encendí mi lámpara, y estoy sentado en el borde de la cama, pensando que –a pesar de todo– sobreviví a lo que pareció el fin del mundo.

Hace un par de días un ciervo bajó de los cerros, estuvo metiendo su cabeza en la basura de la esquina, otra noche los ojos de un zorro brillaron, cuando me vio desde abajo, quizá preguntándose por ese animal que también lo miraba con curiosidad y miedo.

Los primeros días, después de trabajar desde el computador, salí a comprar alimentos, pasaba por el parque en busca de sol, pero la soledad de las calles dio paso a la inseguridad, me limité a quedarme frente al edificio, me fumaba un cigarrillo, pero la gente pasaba sin tapaboca, así que mejor volví a encerrarme.

Al principio los ruidos eran normales, vecinos con fiestas bajo techo, conversaciones que llegaban de alguna parte, después menos gente pasaba frente a la ventana. ¡Tengo ventana!, decía para darme ánimos, pero no podía abrirla, decían que el virus sobrevivía varias horas en el aire, y el viento seguía andando, llevando consigo el polvo sucio de la saliva de los contagiados.

Agoté muchas miniseries y películas. Me sorprendió lo rápido que me cansé de la televisión, volví a los libros, entonces las paredes se desvanecieron y el tiempo desapareció.

Ya toda la ropa está organizada, quisiera tener más platos que lavar, otra vez les puse música a las plantas –están más bonitas que nunca–, sembré semillas, y creo –si no estoy delirando– que una de ellas ya me dijo: Mamá. No tengo poderes sobrenaturales, pero me gustaría tener uno solo, poder convertir el agua en vino, porque hace mucho se me acabó.

Muy fácil hacerse ermitaño en un mundo como este, con tanto idiota suelto, me escribió un amigo, y no le faltaba razón; pero la nostalgia también era fácil, porque recordaba los amigos, su risa de mil soles, mientras bailábamos y cantábamos juntos.

Sin quererlo, me volví a encontrar conmigo mismo de muchas maneras, porque durante el encerramiento volví a viejas fotos. Aparecieron cosas que pensé perdidas para siempre. A través del teléfono, me reconcilié con una vieja novia, a mi familia le pedí perdón por dejarlos solos tanto tiempo. También lloré de alegría, ante la pantalla del teléfono, cuando una amiga me disculpó por haber metido las patas con ella.

Increíble que un día como hoy –el de la liberación– me produzca tanta inquietud. ¿Por qué? No convertí mi casa en una cárcel. Todo se detuvo, menos la imaginación, tanto que mi cuerpo ya no parece mío, porque logré disminuir de peso, y todo pasó cuando empecé a bailar con mi propia sombra; todos los días, hasta que los dos caíamos cansados y felices de nuestra propia locura.

Todos esos días, uno después del otro, tienen algo de irreal, se parecen a un sueño interminable. Hoy es el día de la liberación, sigo sentado en la orilla de la cama, ya quiero bañarme, vestirme, y salir a descubrir de nuevo el mundo. Me siento feliz de seguir vivo; sin embargo, ya no me siento el mismo, entonces veo cómo mi sombra se levanta, extiende sus manos hacia mí, yo también me levanto, y los dos empezamos de nuevo a bailar.

JOHN JAIRO JUNIELES
* Escritor y periodista, su novela más reciente es ‘El hombre que hablaba de Marlon Brando’