‘El Papus’, ‘Hermano Lobo’, ‘Por Favor’ y ‘El Jueves’: gloria, acoso y destrucción de los bufones de la Transición

Muy en resumen: La satírica transición, de Gerardo Vilches (editada por Marcial Pons), es un libro de Historia que cuenta los años 70 en España a través de sus revistas políticas cómicas. «Es una fuente muy poco explotada pero que tiene muchas posibilidades. Tiene información muy inmediata, muy espontánea, tomada de un espacio de libertad que tenía una conexión muy directa con la calle«, explica Vilches.

Ésa es la definición sencilla. Luego, si nos dejamos llevar por la imaginación, tienta ver La satírica transición como un texto de teatro, con su dramatis personae en la primera página. Cuatro personajes, cuatro revistas fundadas en los años 70, sostendrían la obra, cada uno con sus conflictos y sus paradojas: Hermano Lobo, Por favor, El Papus y El Jueves. Vilches los presenta: «Hermano Lobo apareció en 1972 y nació para enfrentarse a La Codorniz, que había sido hegemónica durante el franquismo. Era una revista de mucha de mucha calidad gráfica: estaban Chumy Chúmez, Forges, Summers, Gila, El Périch… Su humor se basaba en las metáforas y no solía confrontar directamente a los políticos. Era más abstracto. Por favor nació en 1974 muy en la línea del PCE. Su director era Manuel Vázquez Montalbán, que era militante del PSUC, y allí escribían muchos de los intelectuales canonizados de la Transición: Juan Marsé, Maruja Torres, Álvarez Solís».

«El Papus«, continúa Vilches, «apareció en 1973 y fue una revista mucho más transgresora, más ácrata que de izquierdas. Criticaba mucho a Carrillo, además de a Suárez. Participó del destape, llevó muchos desnudos en la portada. Y El Jueves nació en 1977 y tuvo la virtud de saber plegarse a los tiempos. Su humor fue político cuando hubo interés en la política. Cuando, en 1979, llegó el desencanto y un momento de hartazgo hacia la política, El Jueves se convirtió en una revista de cómic de humor, que es algo diferente, en una revista de crítica de costumbres. Y así ha llegado hasta hoy».

Geraldo Vilches caracteriza a las cuatro revistas que estudia en su libro y las une en dos parejas opuestas: «El Jueves y El Papus fueron revistas abiertamente populares, que iban a un público urbano y no necesariamente educado. Los textos y el tipo de humor era muy directo, no exigía formación… Ivá, Já y Óscar Nebreda, hacían que sus personajes hablasen como la calle. Hermano Lobo y Por favor proponían un humor más intelectual y, en el caso de Por favor, más en la línea de la agenda de la izquierda, con temas de fondo y humor más sofisticado y con cuidado de evitar la chabacanería«.

De los cuatro personajes que construyen La satírica transición, el más fascinante es El Papus, la revista fundada por Xavier de Echarri: la más vulgar de las cuatro, las más libre, la más cáustica y la más trágica en su manera de autodestruirse. «En la primera época de El Papus no se podía hablar directamente de la política. No podía aparecer un ministro con nombre y apellidos en un chiste. Así que El Papus hablaba del paro, de la carestía, de ese tipo de cosas. Luego, empezó a entrar en la política, como todas las revistas, en sintonía con la oposición democrática: pedía la legalización de los partidos, la amnistía, elecciones. En 1979, tras la segunda victoria de UCD y el atentado en su redacción cambió todo…», explica Vilches.

El 20 de septiembre de 1977, un maletín bomba estalló en la redacción de la revista, en la calle Tallers de Barcelona. 17 personas fueron heridas y el portero del edificio murió. La Alianza Apostólica Anticomunista se atribuyó el atentado.

«No fue tanto el atentado lo que cambió la revista sino el juicio, lleno de irregularidades… Al portero se le consideró víctima de un accidente de trabajo y su viuda no pudo cobrar como víctima el terrorismo. Y no hubo un culpable. El Papus, en contra de lo que se ha dicho, se radicalizó. La agresividad contra Suárez y Martín Villa se volvió tremenda. Dijeron cosas como que la UCD amañaba las elecciones y se alinearon con una izquierda que estaba mucho más allá. Y las ventas bajaron. Mi tesis es que esos textos brutales no conectaban con la gente, que los españoles se habían cansado de eso. Yo no sé si aquellos textos eran leídos, tengo muchas reservas, pero mi sensación es que la revista se quedó desfasada por su agresividad. El Jueves se hizo más atractiva y, pese a que también pasó por dificultades, consiguió sobrevivir».

En esa historia, el Estado es a la vez villano, tonto útil y salvador. Los mismos policías que llevaban las denuncias a los editores, protegían a los dibujantes de los ultras de derechas que los amenazaban: «La Ley Fraga había eliminado la censura previa pero la censura no dejó de existir. Había un sistema de sanciones, multas, cierres temporales, definitivos… Las revistas se arriesgaban a salir sin que nadie las detuviese y luego se les sancionaba. Antes, las reglas eran rígidas pero estaban claras. Después, se entró en un escenario de incertidumbre jurídica en el que todo dependía del funcionario. Hay intrahistorias muy divertidas de tira y afloja con la administración: reuniones para pactar mínimos, relaciones personales de amistad con los censores, editores que invitaban al funcionario a cubatas y le enseñaban fotos de modelos desnudas… Al día siguiente, le presentaban la revista con fotos de la modelo en top less y ya parecía que aquello no era para tanto…».

La historia que cuenta Vilches parece hecha para confirmar esa versión de la historia reciente de España que dice que la verdadera libertad fue una cosa que ocurrió entre 1975 y 1980, cuando ya se habían ido los unos (los franquistas) pero aún no habían llegado los otros (las clientelas autonómicas). «A mí me parece que hay mucho mito en eso. No creo que en 1976 hubiera más libertad que en 1982 ni que hoy en día. La Ley Fraga no se derogó hasta 1977. La represión policial existía igual que la extrema derecha, que era muy violenta… No fue un periodo especialmente libre. Otra cosa es que, a partir de 1978, se tendió a una normalidad que luego se convirtió en desencanto. Como no se consiguió todo lo que se esperaba desde la izquierda, llegó el hastío. Y entonces, empezaron a aparecer esos textos en la línea un poco tópica de ‘son todos iguales’, ‘no es una democracia verdadera’«.

«El progre clásico de los 70, el personaje de los dibujos del Perich, de barba y chaqueta de lana», continúa Vilches, «dejó su sitio al pasota. España tenía muchos problemas y había gente que siguió confrontando al sistema, pero el país entró en una fase en la que a clave era ‘vamos a pasarlo bien’. El PSOE pasó de llevar en 1979 un programa que haría pasar a Unidas Podemos por una socialdemocracia muy moderada, a ser un partido de centro hecho para las masas de clases medias y de trabajadores desmovilizados. La gente estaba en otras cosas», explica Vilches.

Y así empezaron a morir las revistas de La satírica transición. «Las empresas editoras se habían creado ad hoc. América Ediciones, por ejemplo, nació expresamente para editar El Papus. Luego, en el momento del boom, los fundadores vendieron las revistas a compañías más profesionalizadas: Planeta, Godó… Fue su condena. Pasado el momento de éxito, se encontraron dentro de grupos empresariales que funcionaban según un criterio de rentabilidad. Así fue como desapareció Por Favor. En el caso de El Jueves, cuatro dibujantes recompraron la marca y la mantuvieron hasta el siglo XXI, cuando la vendieron a RBA».

Sólo nos queda hablar de arte y literatura: «Las revistas estaban muy inspiradas en la prensa satírica francesa, en Charlie Hebdo y en Hara-Kiri Hebdo; también había algún eco del punk, pero la influencia del modelo francés era mucho más directa y real. Las copiaban sin complejos: la tipografía de Hermano Lobo era la de Charlie Hebdo». Pero había algo más: «En muchos autores veo una continuidad con una tradición de humor negro muy español que está en El Arcipreste de Hita, en El Lazarillo de Tormes, en Quevedo, Lope y Valle: ese humor descarnado está en Gila, Chumy, en Ibá… Es un humor negro, muy pesimista, sin empatía, de hacerte sentir un poco mal«.

FUENTE:El Mundo