Halloween: de los celtas a Colombia

En Colombia la fiesta de Halloween es conocida también como el Día de Brujas, el Día de los Difuntos o el Día de los Niños. Aunque originalmente no es una conmemoración cristiana, pues tiene raíces milenarias, su nombre proviene de las palabras All hallows’ Eve (Víspera de todos los santos), una celebración que tiene lugar el 31 de octubre.

La historia cuenta que se remonta a la noche de Samhain, una antigua festividad celta que marcaba el inicio del invierno y el primer día del Año Nuevo. Una época en la que las barreras entre el mundo natural y el sobrenatural se desdibujaban, pues esa noche los espíritus de los muertos podían visitar la Tierra y los seres humanos penetrar en los dominios de los dioses y en el más allá.

Para lidiar con estas presencias, las personas realizaban ofrendas y consultaban oráculos. A pesar de que los pueblos celtas fueron cristianizados, la festividad de Samhain persistió. Esto hizo que la Iglesia adaptara la fecha al calendario cristiano, asimilándola a la Fiesta de Todos los Santos, y así como previamente se pagaba tributo a las deidades celtas, ahora se recordaba a santos y mártires.

Varias costumbres y rituales sobrevivieron con ciertos cambios, perdiendo su significado religioso y adquiriendo un carácter más profano. Por ejemplo, utilizar disfraces y máscaras para imitar a las criaturas sobrenaturales y visitar las casas vecinas para recibir los tributos.

Cierta simbología también permaneció, especialmente la relacionada con los búhos y los murciélagos, que antiguamente servían de mensajeros con los antepasados.

Debido a la expansión del cristianismo fuera de Europa, la fiesta de los Santos se difundió y se popularizó en otros continentes. Pero las tradiciones celtas de Halloween se mantuvieron en áreas célticas de Gran Bretaña, Escocia, Irlanda, Gales y la zona norte de Inglaterra, y sólo llegaron a Estados Unidos con los inmigrantes que arribaron masivamente a estas tierras tras la hambruna de 1845.

En Colombia comenzó a sentirse durante los años 60. Era una práctica infantil de las élites. Gracias a los medios de comunicación se difundió entre el resto de la población y para finales de los 70 era común en ciudades como Bogotá.

Actualmente se ha expandido prácticamente por todo el país y, pese a los señalamientos de algunas denominaciones cristianas, trasciende edades, clases sociales y regionalismos, permitiendo asumir identidades y comportamientos que en otra época del año serían mal vistos.