Marguerite Duras: un placer para iniciados

«No son felices estas panteras…». Hay auténtico horror en la voz de Marguerite Duras (1914-1996), como si se reconociera en los felinos enjaulados. Está en el Zoo de Vincennes (París) entrevistando al cuidador de los animales («¿No salen jamás? Es terrible») y fuma nerviosa su cigarrillo, que siempre parece el mismo, a punto de extinguirse. «Tuve un mono pequeño, cuando vivía en Indochina», recuerda incómoda.

Su mano izquierda sostiene el que podría ser el mismo pitillo, muy cerca de su cara, esta vez relajada y con voz pausada:«¿Es un trabajo de verdad, el striptease?», le pregunta a la stripper Lolo Pigalle. Cuando se sienta con la actriz Melina Mercouri, parece que la escritora esté delante de uno de sus personajes. No solo porque Mercouri hubiera interpretado a uno de ellos en la película 10:30 P. M. Summer, basada en su novela española (la ambientó en Andalucía y Madrid), sino porque la propia actriz parece sacada de un libro de Duras. Mercouri fuma tanto o más que ella. «Me gustan los hoteles, las cosas impersonales», dice elegantísima, vestida de negro y con un sencillo colgante dorado. A pesar de ser una actriz de moda, en 1967 Mercouri no tiene casa, no quiere tenerla («siento miedo a estar sola en una casa»). Tampoco tiene nacionalidad griega: la dictadura se la quitó (aunque en democracia regresaría y sería una de las mejores ministras de Cultura del país).

Esa Duras íntima, a corta distancia y entre caladas, es la de los domingos por la noche en Dim Dam Dom, un magazine culto y vanguardista que se emitió en la televisión francesa entre 1965 y 1973. La Duras televisiva es una de las más desconocidas y se puede ver en la retrospectiva que le dedica la Virreina de Barcelona hasta el 2 de octubre. Es la primera antológica de la escritora en España y va mucho más allá de su literatura para mostrar su cine (no solo el que filmaron los otros, sino el que ella misma dirigió), su teatro, su televisión. «Duras mantiene su estatus de autora de culto, aunque al mismo tiempo y sobre todo en Francia, sigue siendo un icono popular», reivindica Valentín Roma, director de la Virreina y comisario de una exposición también de culto. Porque aquí está toda Duras, contada a partir de sus 56 libros (entre novelas, recopilaciones y obras de teatro)y 19 películas, además de una decena de guiones. «Explícame a Duras, no entiendo nada», es la frase ya legendaria que Simone de Beauvoir soltó a su editor común en Gallimard. Entrar en Duras no es fácil, pero los que entran no quieren salir.

Aunque en la exposición hay un orden cronológico y temático, poco importa: sus espacios y/o capítulos son como las idas y venidas durasianas, pueden leerse como La vida material (1987), un fascinante libro sin principio ni final, de «escritura flotante», según la propia Duras, que dictó oralmente a Jérôme Beaujour casi a modo de epitafio. En él repasa sus personajes y sus novelas, sus obsesiones, sus desamores, sus veranos en el hotel Roches Noires de Trouville (en la costa de Normandía), sus problemas de alcoholismo (son los pasajes de mayor crudeza)e incluso su lista de la compra (en la que no falta Nescafé).

Los ecos de La vida material también resuenan en su cine, en esas largas secuencias de paisajes etéreos (a la manera de su escritura flotante), en las tribulaciones existenciales de sus protagonistas femeninas, en el recurso narrativo de la voz en off (a menudo la suya)…

Una de las curiosidades de la exposición es la durísima carta de ruptura (profesional)que Duras envió en 1969 a Alain Resnais cuando el cineasta rechazó un guion suyo. Resnais ya había dirigido Hiroshima, mon amour (1959), pero el guion de La destrucción capital no le gustó. Así que la propia Duras decidió dirigir la película bajo el título Détruire, dit-elle (Destruir, dice ella), que se proyecta en la sala de cine de la Virreina, junto a otras cintas como La femme du Ganges o Aurélia Steiner. «Sus personajes aparecen y reaparecen en films distintos, en obras teatrales o en novelas. Podríamos decir que toda la producción durasiana es un entrar, un salir y un volver a entrar en cierto crisol de pequeñas historias, de voces y de espacios revisitados indistintamente y desde medios expresivos diversos», apunta Roma.

En Marguerite Duras la obra se relaciona siempre con la vida, empezando por su infancia y adolescencia, que explica en El amante (1984), pero también en la crítica al «vampirismo colonial» de Francia de Un dique contra el Pacífico (1950). Yes que Duras siempre fue crítica, con los suyos (comunistas, feministas, escritores…) y consigo misma.

«El itinerario ideológico de Duras desde los años 40 hasta finales de los 70 refleja las contradicciones de una época marcada por la II Guerra Mundial, el comunismo ortodoxo, el Mayo del 68 y las luchas feministas», señala Roma. En 1950, tras seis años de militancia, Duras fue expulsada del Partido Comunista Francés por «ninfómana, arrogante y de moral suelta», como otros intelectuales como su colega Dionys Mascolo (aunque a él no le acusaron de ninfomanía). Además de posicionarse claramente contra la guerra de Algeria o a favor de la despenalización del aborto (fue una de las firmantes, junto a Beauvoir o Catherine Deneuve del Manifiesto de las 343, en el que reconocían haber abortado), en 1970 llegó a ser arrestada tras las protestas por la polémica muerte de un trabajador maliense en Aubervilliers a manos de un policía. El compromiso político y social siempre fue marca Duras, como su icónico uniforme de gafas de pasta y chaleco negro.

 

FUENTE: EL MUNDO.es