Vida de una grupi del ‘indie’ español: “Era adictivo, pero te encontrabas con cosas oscuras”

Prefiere no hacer la entrevista en su casa. Desde hace cinco meses su vivienda ha sido colonizada por cachivaches para atender a su bebé, Tristán. Pañales, sonajeros, cuna, cambiador, colonia infantil… “No es un ambiente adecuado para hablar de lo que pasó en aquella época”, argumenta. El lugar elegido es una cafetería al lado de la catedral de Santiago de Compostela, donde ha crecido y reside. Se pide una copa de vino blanco, “la primera bebida alcohólica en un año y medio”, y mira el reloj: tienen que pasar tres horas hasta la siguiente toma del pecho de su bebé, el tiempo recomendado de espera si se ingiere algo de alcohol. Cristina V. Miranda (39 años) fue grupi del indie español, una escena que irrumpió con fuerza a mediados de los noventa y que ella conoció en una segunda ola, también potente, a principios de este siglo. Era una fanática de la música, seguía a las bandas con el objetivo de conocer a los creadores de aquellas canciones que le reventaban el corazón. Esta experiencia la cuenta en la novela La entusiasta (editorial dosmanos), un relato con partes ficcionadas “pero veraces”. Nada más salir el libro se lo envió a alguno de sus compañeros generacionales. Uno de ellos, chico, le espetó: “No sé por qué has publicado esas historias: lo que pasa en la noche se queda en la noche”. Esta vez no.

Éramos todos víctimas de un momento determinado; ahora, quien actualmente no haga autocrítica y no se lleve las manos a la cabeza por lo que pasó, evidentemente tiene un problema”

Un fragmento del libro: “Abre los ojos. Y me da un beso de despedida sin disimular que no recuerda mi nombre. Joder, cómo coño me tiene grabada en el móvil. ¿Niña grupi desesperada por quererme?”. La autora explica lo que le ha llevado a contar esta historia: “El libro reivindica un feminismo que va más allá del feminismo puritano de la chica que lo hace todo bien y que tiene que esforzarse para ser considerada como una igual. Es la reivindicación de un feminismo de la chica que la caga todo el rato y, aun así, está tan empoderada como la que es de diez. Se trata de dar voz a esas chicas, que éramos muchas y nunca se ha conocido su versión”, explica.

Miranda quiere desde el principio acabar con un tópico libidinoso que se cimentó en los sesenta en las lujosas habitaciones de hotel y en los camerinos de las estrellas del rock: “El concepto de que una grupi es una chica que solo quiere tirarse a un músico es una banalidad absoluta. Me gustaría dignificar el concepto de grupi. Es una fan de las canciones. La pregunta es: por qué es más grupi una chica que un periodista o un chico que estaban también hasta el final de la noche en los locales de Malasaña [barrio de Madrid] con los grupos. Ellos se iban 20 minutos antes y la chica acababa en la habitación del músico. No creo que el acto de acostarse lo cambie todo. Éramos tíos y tías alrededor de una pasión que compartíamos”, explica Miranda a borbotones. El libro precisa lugares y grupos reales (el madrileño club Nasti, festivales como Primavera Sound o el FIB, o músicos como Los Planetas, Tachenko, Ellos, La Casa Azul, Sidonie o Nacho Vegas) que se entrelazan con bandas y clubes inventados. ¿Está inspirada la ficción en personajes reales? Le toca al lector sacar los parecidos razonables.

Miranda llegó en 2002 a Madrid desde Santiago con 20 años. Huía del dolor: la muerte de su padre, “la persona más importante de mi vida”. Galicia se transformó en un lugar insoportable con esa ausencia latente. De familia burguesa, se matriculó en el CEU madrileño en Comunicación Audiovisual. Pronto descubrió Malasaña, un lugar con tantas rosas como espinas para una veinteañera quebrada y fanática de la música. En Galicia se aficionó a Extremoduro, Silvio Rodríguez, Cat Stevens, Aute… Eran los vinilos de su hermano mayor, su referente cultural. Un día le regaló dos discos que provocaron el inicio de su fanatismo por el indie: La vida mata, de Los Enemigos (“No es exactamente indie, pero me atrapó”), y Canciones para una orquesta química, de Los Planetas. Completó la jugada un concierto de Los Piratas en 1999. “Era la primera vez que unas canciones me hablaban de tú a tú. Jota [Los Planetas] e Iván Ferreiro [Los Piratas] parecían cercanos, te contaban cosas que tú podías vivir”. Y las vivió.

 

Portada de ‘La entusiasta’, publicado con el seudónimo Gala de Meira.

Asume que esa pasión se podía haber desarrollado en la primera fila de los conciertos para luego marcharse a casa, pero le enganchó. “Es adictivo porque venía de un ambiente normal y de repente estás con la gente que mola, la que has visto en las revistas. Pero cuando das ese paso más te puedes encontrar con cosas oscuras”, señala. Describe la escena indie como “sórdida, con mucha roña y muy heteruza”. Aunque por encima de todo destaca una característica: el cinismo. “Yo siempre he sido muy entusiasta. Y lo que me pasó en ese ambiente fue que perdí el entusiasmo y me hice cínica. Nunca mi entusiasmo había estado tan mal visto. Me encuentro con una escena en la que se ve todo desde la altura y hay un grado de cinismo brutal. Y yo me abracé a él. Me convertí en una persona que no me gustaba. El libro es un intento de entenderme: por qué de repente me creo ese ambiente y lo compro”, detalla. Miranda expone que su carácter expansivo provocaba un arqueamiento de cejas. Se imponía ser lánguido y mirarlo todo desde la distancia. “Para mí lo divertido era pasármelo bien. Tenía, y tengo, una personalidad desbordante. Sin embargo, en el indie no estaba permitido disfrutar. No se te tenía que notar. Y a mí se me notaba. Eso no gustaba y te hacían sentir culpable constantemente. Había vergüenza a sentir pasión por algo”, apunta.

En el libro se retrata un movimiento musical inflado por determinados periodistas culturales y responsables de programación de salas y de festivales, que proliferaban sustituyendo a las verbenas de pueblo. Un ejemplo que se puede leer en La entusiasta: “Dani es el bajista de un grupo de Valencia que lleva haciendo el mismo disco desde hace una década. Tocan en festivales nacionales a horas más o menos decentes, les representa un sello conocido y sacan ese discocalco cada dos años con algún hit pegadizo que les permite mantenerse en la rueda y así, de vez en cuando, despertarse al lado de una niña de 20 años drogada e inconsciente sin demasiado sentido de culpabilidad”. Se relatan escenas duras, algunas llevadas al extremo por la ficción, otras que la autora ha vivido o visto en su entorno. “Las chicas teníamos que cumplir una función. Por supuesto, no sabías ni la mitad de música que un tío, eso no se ponía en duda, aunque supieses el triple”. Las drogas, el sexo… Todo era un vehículo para poder seguir ahí, para estirar la madrugada. El momento final era el más triste, cuando ya desaparecían todos.

En La entusiasta se detallan episodios hoy intolerables. “Son cosas que pasaban todo el rato: el acostarte con una chica que estaba borracha y no se estaba enterando de nada. Eso no le parecía extraño a nadie. Nadie se planteaba si eso estaba bien o mal. No había debate posible. Cuando nosotras hablábamos llegábamos a la conclusión de que la culpa era nuestra, porque nos habían educado para mantener la consciencia: una mujer no podía perder el foco. A mí eso de ‘sola y borracha quiero llegar a casa’ me cambió la vida. Si en 2005 decías ‘sola y borracha quiero llegar a casa’ eras una zorra”.

A mí eso de ‘sola y borracha quiero llegar a casa’ me cambió la vida. Si en 2005 decías ‘sola y borracha quiero llegar a casa’ eras una zorra”
Quiere dejar claro que no ha escrito desde el rencor: “No creo que nadie fuese más culpable que otro. No he publicado el libro para ajustar cuentas. Los músicos estaban haciendo lo que se esperaba de ellos. Esto es anterior a la explosión de las redes sociales, anterior al #MeToo. Una grupi se construye entre todos. ¿Cómo?: cuando en las revistas de música son todo tíos y las tías que salen tienen que ser de un talento exacerbado; cuando tu profesora te pide más a ti que a tu compañero; cuando te peleas con tu mejor amiga por un tío… Se va construyendo poco a poco”.

 

 

Muchos de aquellos protagonistas de la escena siguen en activo y exhiben hoy un discurso acorde con los tiempos. “Una cosa es que no haga responsables a los músicos y otra es que ellos no hagan autocrítica. Doy por hecho que han hecho autocrítica, porque cosas que pasaban eran muy chungas. Éramos todos víctimas de un momento determinado; ahora, quien actualmente no haga autocrítica y no se lleve las manos a la cabeza por lo que pasó, evidentemente tiene un problema”, reflexiona. Al cumplir los 25 años, Miranda dijo basta y desde ese momento siguió vinculada a la música, pero desde otro estadio: escribiendo en revistas, dirigiendo festivales (el Enofestival) o ejerciendo de representante de artistas. Algunas de aquellas chicas que la acompañaban en aquel ambiente se avergüenzan y niegan su presencia. “Las respeto y hasta las entiendo. Ahora son todas señoras con sus profesiones, son madres… Pero yo he escrito el libro para empoderarme en la decadencia. Porque parece que al final nadie estuvo allí. Y volvemos a ese sentimiento de culpa que no pienso admitir”.

La novela está publicada con un seudónimo, Gala de Meiras, para evitar que se identifique en su totalidad a la protagonista con la vida de la autora, porque hay realidad, “pero también un trabajo de ficción”. Sin embargo, una vez en la calle le “parecía incoherente escribir un libro para reivindicar el empoderamiento desde la decadencia y no dar la cara”.

Miranda trabaja actualmente desde Santiago en departamentos de comunicación y paralelamente se desarrolla como escritora. Quiere que su próximo libro trate sobre la maternidad. Con La entusiasta ha conseguido el objetivo de entenderse, ha dado voz a esas aves de paso y quizá toda una generación tenga ya su novela. Y quedan, siempre, las canciones…