Nick Cave atraviesa las oscuridades para llegar a la calma en la Berlinale

Ha sido el documental de la Berlinale. Esperanzador y oscuro, tan bailable como repleto de filosofía. Tan sobre Nick Cave como sobre Warren Ellis. Tan concierto como retrato íntimo. This Much I Know To Be True, de Andrew Dominik, ahonda en la música y la vida de Cave de la misma manera que sirve para celebrar el talento de Ellis, el único compañero de la banda Bad Seeds que le ha aguantado durante años. Y ahora, como un viejo matrimonio que se critican y se quieren, que no se entienden el uno sin el otro, se detienen a cantar y a hablar del confinamiento, de su relación y de sus dos últimos discos, Ghosteen y Carnage. Dominik —que ya retrató a Cave en One More Time With Feeling (2016), documental sobre la grabación de Skeleton Tree, creado durante la amargura que invadió al cantante tras la muerte de su hijo— coloca la cámara de manera brillante, ilumina las actuaciones (rodadas en un viejo y bello edificio vacío en Brighton en 2021) con fiereza y obtiene un resultado poderoso, que se ha estrenado en la Berlinale en la sección Special con un rotundo éxito.

This Much I Know To Be True arranca con un momento muy extraño. El músico Nick Cave, un animal cinematográfico, habla desde detrás de su portátil, en el que responde al consultorio que mantiene en línea, y explica que durante el confinamiento decidió acatar las órdenes del Gobierno británico y “reconvertirse”. Por eso, se dedicó a la cerámica, en concreto a la de Staffordshire, un estilo tradicional inglés. Y por eso, enseña 18 figuras que ha creado para ilustrar la vida del diablo, que explica con cariño en un estupendo relato introductorio al posterior viaje musical. El documental alcanza casi al final el clímax con su interpretación de Balcony Man, canción de la que sale el verso que titula el filme, This Much I Know To Be True (Esto es lo que sé que es verdad). Entre medias, canciones y confesiones que Dominik rueda con brillantez, No alcanza las cotas de 20.000 días en la Tierra (2014), de Iain Forsyth y Jane Pollard, el gran acercamiento fílmico a Cave, pero hará las delicias de los fans, y con suerte, de los no tan fans.

El título también podría valer para resumir las confesiones reflejadas sobre el proceso creativo y la filosofía de Cave y su relación con Warren Ellis. Cave habla de los “océanos de mierda” que es capaz de soltar en un estudio Ellis, pero que en ellos siempre hay joyas capaces de convertirse en himnos. Ambos tienen, respectivamente, 64 y 56 años, y saben que su vida musical está atada definitivamente hasta su muerte. La muerte, otro hecho que sobrevuela el documental, por la tristeza de algunos de los temas y por el dolor que aún abre las carnes de Cave, cuyo hijo adolescente Arthur murió al caerse por un acantilado en 2015. Cave dice: “Es imposible controlar nuestras vidas” y “ser feliz ahora mismo no es lo más importante para mí”. En un viaje en coche y en otro instante ante el portátil confiesa: “Me importa más ser esposo, amigo, padre o ciudadano que artista” o “Durante años me hubiera definido como músico o escritor, ahora soy persona”.

Y, sin embargo, cuando canta aparece su auténtico yo. Las canciones aparecen espléndidas en el filme de la mano de la fotografía del irlandés Robbie Ryan, y el diseño de luces de Dominik y Chris Scott. Se ven las cámaras, los micrófonos, las vías de los travellings… nada importa excepto atrapar al público de manera hipnótica. Cave es el animal del escenario, Wellis se mueve alrededor, dirigiendo al coro y a una sección de cuerda, cantando él mismo y acompañando con una cascada de sonidos al piano de su amigo. Ahí aparece una divertida dictadora, Marianne Faithfull, para recitar Prayer Before Work. Con oxígeno y mermada de facultades, tratada con cariño por todos los que le rodean —por primera vez todo el mundo aparece enmascarillado— su momento es también retrato de la futilidad de la vida y de eternidad del arte, en este caso de la música. Ahí suenan Hollywood, Albuquerque, Hand of God, Lavender Fields, White Elephant… Para cada una de ellas Dominik crea una estética distinta, siempre dentro de ese viejo edificio.

Nick Cave y Warren Ellis, en ‘This Much I Know To Be True’.

Dominik también pone la cámara ante Cave y su ordenador, mientras responde a sus fans en su web/consultorio The Red Hand Files, abierto hace tres años. Cuenta que no contesta al instante, sino que lee las preguntas y las responde tiempo después, para meditar sobre ellas. “Si escribo al momento, no será la mejor versión”. Conmueve sentir que no engaña, que es descarnado, franco y reflexivo. Que tiene miedo a perder a su esposa, que no aparece en el filme, y se lanza a demostrar su amor a su otro hijo, Earl, que aparece en videollamada desde Belfast. Siendo un músico que ha ahondado en la tristeza de la vida, ahora Cave se muestra más preocupado en la comunidad, en la camaradería. Y para eso, siempre tendrá a Ellis como apoyo.

 

FUENTE: EL PAÍS